“Los versos de Quejana”, de Manuel Sáez de Quejana González del Pozo

En el Ateneo de Vitoria, en 1923, Herminio Madinabeitia presenta el libro que ha prologado “Los Versos de Quejana”. Libro póstumo conteniendo una recopilación y selección de las composiciones de Manuel Sáez de Quejana González del Pozo.

Supongo que los guardé por la misma razón que lo hicieron otros, atesorar una muestra de amistad y de ingenio. Quizás lo hice también porque conocía la poca importancia que daba él a sus composiciones, su obstinada negativa a publicarlos o a compilarlos. Ahora que lo hemos perdido nos hemos empeñado en hacer perdurar su memoria. El libro que hoy se presenta es el resultado de este esfuerzo.

Manuel Sáez de Quejana González del Pozo (Vitoria-Gasteiz 31 de marzo de 1854 – 16 de diciembre de 1921 Santa Agueda (Guipúzcoa). Licenciado en derecho civil y canónico, poeta, intelectual, primer coplero de la nación y secretario del Ayuntamiento de Vitoria. Un servidor público que terminó sus días en el manicomio.

Su hijo de igual nombre, y su sucesor en la secretaria municipal, heredo su prestigio profesional y su donaire.

Versos:

“Manuel Sáez de Quejana, que es secre municipal, que en las horas de trabajo (nunca suele trabajar) se dedica a escribir coplas en que suele censurar a dignísimas personas que ejercen la autoridad. Y aunque no tengo dinero (que es grandísimo defecto) soy un hombre muy correcto, muy fino y muy caballero”.

No hagáis caso de su burla, era un trabajador infatigable, discreto y eficaz pero es cierto que a menudo contestaba a los requerimientos burocráticos usando la rima no exenta de ligeras pullas.

“Muy distinguido señor:
tengo el altísimo honor
de mandarle esta licencia;
y use de ella con prudencia/como cumple a un pescador,
que tenga algo de conciencia.”

Y sí, siempre tuvo problemas de liquidez, en sus coplas a menudo ridiculiza y exagera su habilidad para huir de los deudores, conseguir que le fíen o le presten y de la escasez perpetua de leña, buenos alimentos y bebida de su casa.

“Aun cuando sabes esgrima,
espero de tu bondad
no me harás quite a un sablazo
que me es necesario dar,
para unificar mi deuda,
que es casi municipal.”;

“No creo que dudarás,
adorable criatura,
que mandarás la factura,
y que…no la cobrarás.”

“Veo, con gran aflicción,
dolorido y aterrado,
el precio tan elevado,
de la carne de cebón.
Buscar alimentación
hoy cuesta muchos sudores,
pues los acaparadores
son tíos sin corazón.”

Pero sobre todo era un hombre amante de la vida, del buen comer y beber.

“Quien no come es anarquista, o al menos republicano, y el modesto ciudadano generalmente carlista. Y aquel otro gran señor que vive cual sibarita y que nada necesita… es siempre conservador. Todos, según mi opinión, aunque tú no me lo creas, sometemos las ideas a nuestra alimentación”.

Todos los días durante muchos años, cuando llegaba el alcalde tenia sobre su mesa la poesía del secretario. Allí estaba la nota del día, la ocurrencia del momento, el feliz rasgo de su ingenio

“Ha estado Santa María, muy atento y muy cortés a solicitar de usía una licencia de un mes”

“Como descanso a la liza de estos tres días de tuna, hoy miércoles de ceniza se suele salir a la una”

Al final de su emotivo prólogo Herminio Madinaveitia expresa su deseo, compartido por todos, de traer los restos de este vitoriano que tanto amó a esta ciudad y sus costumbres al cementerio de Santa Isabel.