Muerto en la Guerra Civil

Del libro “Flores de guerra” de Alfonso Rincón Serrano

 

Por todos los Santos

En esos días de alrededor de los Santos la vida en Villarta queda envuelta en unas nieblas que, para algunos bajan durante la noche las escaleras del cielo como sudarios de mil telas de araña o, para otros, suben de la vega del rio como vaho de la respiración de los muertos, envueltas en incontables capullos de seda densos y amarillos de misterio.

Dicen que por esas fechas llegó a Villarta hace tres años Don Francisco a ejercer su función, acompañado de seis hijos esparcidos entre los quince y los seis años.

Don Francisco era un personaje singular: era forastero, ser persona de estudios y dejarse ver los días de frio envuelto en una capa negra con un llamativo ribete carmesí y forro de color gris claro, casi plata, que realzaba su autoridad. Regordete y bajo, algo presuntuoso para algunos, llegaba todos los días al trabajo cubierta su calva con un buen sombrero de fieltro en la cabeza y, debajo de la capa, gastaba un traje raído por el mucho uso, de color funcionario. Era el Secretario del Ayuntamiento.

Llego con la sospecha sobre sus espaldas de si había ganado la oposición o era de “a dedo”: Nadie lo quiso acreditar, cuando su única labor era estar comprometido con la función publica, la expedición de certificados, permisos y autorizaciones y levantamiento de actas del Pleno; mientras, su preocupación era mostrar seriedad en su trabajo y con ello caer bien en el pueblo y permitir que su familia, sus hijos principalmente que ya iban a la escuela, fuera aceptada y se integrara –ya se sabe que en los pueblos, si no se llega bien definido y recomendado por algún pariente o conocido, difícilmente se abren las puertas, y mas en estos tiempos de sospecha de ser un dignatario impuesto oficialmente.

Con la llegada del Frente Popular al Ayuntamiento, al secretario se le debieron descompensar los equilibrios que se llevan dentro y su comportamiento zalamero con ciertas personas y exigente de legalidad con otras, mostraba una indefinición y sobre todo alta connivencia con la ambigüedad, lo que puso a mas de uno en prevención y a él bajo sospecha de cómo consiguió su puesto y quien le había otorgado su confianza. Decían que era un chivato y que de alguna forma era el causante de ciertas informaciones que luego repercutían en gente del pueblo con avisos o advertencias y con detenciones.

Es oportuno contar que hace unos dos meses un camionero, que hizo un porte de material de construcción para Leoncio, pregunto por el Secretario del Ayuntamiento “¿Quién era? ¿De donde venia? Y si era de fiar” y esto puede tener relación con lo que ha ocurrido hoy por la tarde.

“Yo ni me di cuenta cuando fueron a por él, ni por aquellos entonces pensaba que cargo tenia en el Ayuntamiento; era uno de tantos que entraba con regularidad y eso lo hacia mas familiar y cotidiano para mi, pero nunca llegué a pensar que fuera tan malo como para que lo mataran, que todo eso me lo contaron después. De haberlo sabido no me hubiera prestado a que una de sus hijas jugara conmigo” pensaba una de las hijas de Eugenio el municipal.

“Tal como hoy oí, sigue recordando, contaron en la monda del azafrán que había llegado al Ayuntamiento un coche negro y pequeño como una cucaracha dos hombres gigantes vestidos de cuero negro hasta los ojos y con pistolones aparentemente visibles para intimidar. Preguntaron por D. Francisco y como no estaba, les dijeron que estaría en casa y les indicaron donde vivía. De los porreros que hacían guardia en el Ayuntamiento aquella tarde nadie se atrevió a preguntar quienes eran los que venían a buscarlo, o por qué tuvieron miedo al verlos armados o por que dieron por supuesto que era gente de los mandaban entonces, de esos importantes que iban de pueblo en pueblo organizando e impartiendo ordenes sin dar muchas explicaciones y menos aun responder preguntas que les hicieran y “¿Usted quien es para preguntar?”. Así que les indicaron en donde vivía y no dio tiempo ni siquiera a prevenir a Don Francisco de que unos señores iban a visitarle ni de avisar a los miembros del Comité de que unos forasteros habían venido preguntando por el Secretario.

“Los forasteros llegaron a su casa. Uno sacudió el llamador mientras el otro se mantenía detrás, en oblicuo, para que se viera que iban juntos y también para mostrar la mano apoyada sobre el pistolón de la cintura. Sale el hijo mayor a abrir, un mocetón de unos quince años, y enseguida llama a su padre que se presenta y en el mismo zaguán hablan de algo así como que le requieren para informar sobre algún asunto de un comité de Madrid. Se le ve inquieto y no se atreve a preguntar mucho, aunque sospecha que es “venga con nosotros a declarar” es una invitación a subir al coche. Su hijo se pone nervioso e interfiere diciendo “que el se va también con su papa” y sin forcejeo ni mas conversaciones, se le oye despedirse en alta voz hacia el interior de la casa para que lo oiga su mujer “nos vamos con unos señores”. Y eso fue lo mismo que ella informó al Alcalde cuando fue a visitarla avisado por el Alguacil.

“Luego contaron que los cuatro se dirigieron hacia Madrid y que los mismos pistoleros, ellos solos con conchabados con algunos otros, mataron al secretario y a su hijo en la Cuesta de la Reina. Muertos sin flores que no dejaron cartas ni testamentos, solo el atochal de lunas manchado de sangre rojinegra y la sospecha de que fueron los de la 5ª columna los que los ejecutaron.

 

Secretario: Francisco Molina Rodríguez