El síndrome de procusto en las administraciones públicas españolas
Nuestra clase política, más bien casta, absolutamente profesionalizada, está formada, en términos generales, por personas sin oficio ni profesión conocida…, pero con mucha beneficio.
Rápidamente empiezan a tetar de la vaca del Estado, y lo primero que hacen es ponerse un salario superior al del subordinado que más cobre, pues si no se resentiría su dignidad. Y tienen mucha dignidad.
No importa que ese alto funcionario sea un licenciado o graduado universitario, con una dura oposición ganada limpiamente, en la mayoría de los casos (no en todos), que esté allí por sus méritos, y no por haber engañado a la gente en una elecciones en las que les prometió el oro y el moro. Esto me recuerda la anécdota de un político caciquil que fue a mi pueblo en época electoral y les prometió construir un puente… Los vecinos se quedaron sorprendidos, pues no hacía falta para nada, ya que no había río que cruzar, pero eso no era problema para el político: “no os preocupéis, que os traeremos un río”.
Esos políticos, o más bien politicastros, profesionalizados, pues no están dispuestos a volver al trabajo, que muchos de ellos sólo conocen de oídas, rápidamente cogen animadversión y antipatía a los funcionarios que no les ríen sus ocurrencias (más bien paridas), y empiezan a criticarles sotto voce, y en ocasiones incluso públicamente, intentando desprestigiarles, expedientándoles disciplinariamente, etc., ya que en España sobran las personas envidiosas que están dispuestas, muy gustosamente además, a joder a un compañero, aunque internamente sean conscientes de la total injusticia del expediente y de la sanción.
Esto es lo que se conoce como el síndrome de Procusto, es decir el interés en cortarle la cabeza a toda persona que sobresalga.
Se trata de un mito griego, que no me voy a detener a explicar, pues puede verse simplemente poniendo el nombre en Internet.
Si a ello unimos la existencia, en un número cada vez más elevado, de personas ingresadas en las diversas y numerosas administraciones públicas no por sus méritos y capacidad, sino por enchufe, pertenencia al mismo partido político que los que ocupan, o más bien usurpan, el poder, etc., el terreno de cultivo del síndrome de Procusto está sembrado y abogado para que de unos frutos excelentes.
El político incompetente e inútil, el trepa, es decir, casi todos, y los empleados públicos ingresados por riguroso dedo (cada vez más), único a una red clientelar de asesores y personal de confianza, que no saben hacer una o con un canuto, rápidamente se unen y dirigen sus fuerzas contra el funcionario o contratado que destaca, que cumple eficazmente on su trabajo, y empieza una ofensiva contra él, por tierra, mar y aire, a base de descalificaciones, críticas, metiéndose incluso con su vida personal, etc.
En otras palabras, se trata de hacerle la cama, de hacerle la vida imposible, de intentar que tire la toalla y deje de molestar, convirtiéndose en un ser anodino, de los que no saben si son una persona o un mueble, pues están callados como ornamentos del despacho…
Y si todo esto no es suficiente, se le abren expedientes disciplinarios, se “anima” e incita a otros compañeros o subordinados a quejarse de él, así como a los usuarios del servicio, en fin, se prepara el terreno para sancionarle disciplinariamente.
En fin, termino ya.
Sólo me resta dedicar este artículo a los miles de probos funcionarios, tanto de carrera como contratados, que a lo largo y ancho de España sufren este síndrome de Procusto. Mi respeto, afecto e incluso admiración, para todos y cada uno de ellos.
España es ansí. Marca España.
Autor: Ramiro Grau Morancho. Abogado. Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación