1971. La erupción del Teneguía, desde la pluma de un secretario municipal

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El 26 de octubre de 1971 tuvo lugar la erupción del volcán Teneguía, en la isla de La Palma.

Luis Chacón Ortega, quien fuera secretario del Ayuntamiento de Tazacorte, publicó en su libro «El huerto de las mariposas», un texto en el que revive, desde su experiencia personal, aquel día, cuando la tierra empezó a moverse.

«Aquel día, recostado en mi cama, viajaba distraído por la aldea de Macondo, enfrascado en los avatares de la familia Buendía, cuando la lámpara del dormitorio comenzó a balancearse durante unos segundos. Sin alarmarme demasiado, quedé confundido. El sobresalto vino a los pocos minutos cuando la cristalería del armario vibró junto con todas las lamparas de la casa. Entonces pensé en un seísmo y salí a la calle, donde numerosas personas, preocupadas, comentaban lo sucedido. En un par de horas no volvió a repetirse y todos regresamos a nuestros hogares. Fue al día siguiente, en el ayuntamiento, cuando retornaron los temblores con más intensidad creando ya una alarma generalizada y la necesidad de adoptar algunas precauciones, que, por mi parte, fueron las de dormir en el coche en un descampado a las afueras del pueblo.

La persona mejor informada de Tazacorte. incluso más que el cura y el Alcalde era, sin duda alguna, la Encargada del Servicio Telefónico del pueblo, aún con su anticuado sistema de clavijas: Angeles Villar, muy linda de cara, rellenita y dulce de trato. Cualquier noticia de relieve en la isla era conocida por ella al minuto de generarse, ya que se la retransmitían las compañeras, unas a otras, con la mayor celeridad. Por ella supimos, antes que nadie, que se trataba de un seísmo con epicentro en Fuencaliente, al sur de la isla, a solo diez kilómetros de Tazacorte, en linea recta, y que el Gobernador Civil, ingeniero de minas, ya estaba en la Isla desde el día anterior <<adoptando las medidas pertinentes>>. Estos datos le fueron confirmados al alcalde horas después, con unas precisas medidas de seguridad.

Por Ángeles supe también, antes casi de suceder, tal fue su puntualidad merecedora de mi agradecimiento, que aquella descomunal culebra de fuego que caminaba por debajo de la tierra, asustándonos, zarandeándonos y quitándonos el sueño, acababa de asomar la cabeza, haciéndose presente en la plana de Fuencaliente a doscientos metros de altitud y a medio kilómetro del mar. La población del municipio dormía fuera de sus casas en tiendas de campañas desde hacía unos días.

Ocurrió el 26 de octubre de 1971 y mi reloj marcaba las tres y pico de la tarde. Como una premonición, superada la media noche, apuntando ya al alba, los lugareños de Fuencaliente sintieron el lastimero son de las campanas de la iglesia que tocaban solas.

Llegué al lugar del evento antes que las fuerzas de seguridad y del orden, por lo que no es de extrañar que el caos y el desconcierto fueran las notas dominantes; gentes despavoridas, curiosos de un lado para otro, coches mal aparcados, atascos de tráfico … A unos centenares de metros del casco urbano del pueblo se había abierto una enorme fisura por donde salían gases y vapores y después cenizas y brazas acompañados de un fuerte estruendo, monocorde, impresionante. Al poco tiempo se abrió un cráter central y algunas grietas laterales desde los cuales comenzaron a fluir lentos ríos de lava, en un espectáculo tan bello como sobrecogedor. En días sucesivos obtuve una autorización especial y cruzaba todos los controles uniéndome algunas veces, a una distancia prudencia, a los vulcanólogos de la UNESCO y de las islas, en sus tareas científicas. Vi crecer el volcán día a día y noche a noche. La población de la isla, asustada al principio, se lo tomó después como un espectáculo festivo e incluso turístico. Llegaban como enjambres de los pueblos de la isla y de todas las otras islas, incluso de la península.

Había una montañita llamada <<la montaña de Las Tablas>>. en la cercanía del volcán, desde la cual se le divisaba en todo su esplendor. Y allí se establecían, en grupos de amigos y familiares, con sus meriendas, a gozar de tan insólito espectáculo y echar la tarde, y algunos, el día entero y la noche.
No todo era fiesta sin embargo. Se daban también escenas de pánico de personas sobrecogidas por el terror que habían ido tan tranquilas y que en las proximidades del volcán se afectaban de tal modo que no podían controlar su miedo. Una tarde, cuando me disponía a tomar el camino hacía la montaña de Las Tablas, me encontré un hombre al borde del camino que increpaba de manera iracunda a un a mujer que, diez metros por delante, iba decidida con una amiga hacia la montaña, para no perderse el espectáculo.

__¡Desgraciada! ¡Conmigo no cuentes! ¡Ya te arreglaré yo! __ gritaba desmedido. Lo reconocí. era de Tazacorte y la increpada de aquella manera era su propia mujer.
__¡Aurelio, por Dios cálmate! __le dije__. No puedes hablar así a tu esposa. Vamos con ellas y las acompañamos.
__¡Tú eres otro desgraciado! __me respondió__ y conmigo no cuentes tampoco. Nosotros no podemos movernos de la isla pero tú si puedes marchar a la península y no lo haces; eres un temerario y conmigo no cuentes, conmigo no cuentes… __me decía lloriqueando. El ataque de pánico y nervios se hacía evidente en aquel chico, bueno y respetuoso en circunstancias normales.
__No cuento contigo, soy un desgraciado, de acuerdo. Pero ahora nos vamos a Fuencaliente a tomarnos un par de copitas de <<malvasía>> para entonarnos y tranquilizarnos. Yo también estoy asustado. Las mujeres son más valientes que nosotros, hay que reconocerlo, y no podemos impedirles que vean el volcán y participen de una experiencia única. ¡ Déjalas y que Dios las ampare! __le dije, a la par que levantaba y movía el brazo izquierdo en un gesto despectivo de rechazo dirigido a las dos mujeres que seguían su caminata y volvían de vez en cuando la cabeza, notándoseles que se iban pariendo de risas.
Al día siguiente Aurelio vino al Ayuntamiento a pedirme disculpas. Me dio que estaba traspuesto, que le había entrado miedo y que no sabía lo que decía ni lo que le pasaba.
Las notas de humor también se sucedían en un juego de contrastes. Como al inmenso cono del volcán le habían salido numerosas bocas por donde expelía la lava, un lugareño propuso que le dieran <<un cargo público>> para cerrárselas…

El Gobernado civil que se instaló en la Isla tuvo diversas reuniones con autoridades insulares y locales, las cuales le planteaban sus dudas y temores, es natural.
__Señor Gobernador, ¿Se ha previsto la contingencia, en circunstancias extremas, de evacuar el pueblo de Fuencaliente? __le preguntaban preocupados.
__Sí, desde luego, ya se han tomado medidas __respondía el Gobernador.
__Señor Gobernador. ¿ se ha advertido la posibilidad de que se abra la tierra y el mar entre en la lava? La nube de vapor arrasaría la Isla.
__Claro que sí, se han estudiado todas las posibilidades y están adoptadas las medidas de rigor __respondía solícito y paciente el Gobernador.
Tantas y tantas medidas tomó el señor Gobernador en aquellos días que regresó a Tenerife con el título de << el Sastre>>, nombre con que lo bautizaron los isleños.

Yo sentía pasión por el volcán; mi reacción era el reverso de la medalla de Aurelio. A Nicole, tan valerosa y tan amante de la naturaleza, le hubiera subyugado también. En mis horas de quietud, recostado en la ladera de la montaña de las Tablas, veía la evolución del volcán y mi pensamiento volaba hacia ella. De regreso, camino de Tazacorte, llevaba los ojos enrojecidos, seguro que del fulgor de la lava. Conocí el volcán desde tierra, mar y aire, y al extinguirse, cuando la lava dejó de fluir, sentí tristeza y volvieron mis demonios interiores….«