Pregón de Joaquín Coveñas Peña en la Semana Santa de Ubrique de 2011
A continuación reproducimos completo el pregón de la Semana Santa de Ubrique de 2011 pronunciado por Joaquín Coveñas Peña, secretario general del Ayuntamiento.
El pregón
Dejó escrito San Agustín:
Volverás a verme,
sentirás que te sigo amando, que te amé
y encontrarás mi corazón……
…te llevaré de la mano
Por senderos nuevos de Luz y de Vida,
Enjuga tu llanto y no llores si me amas.
Representantes de la Corporación municipal, Reverendo Párroco, Hermanos de la “Venerable, Piadosa y Real Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo, Santísima Virgen de la Estrella y Nuestra Señora de los Dolores”, Hermanos de la Hermandad de Nuestra Señora de Los Remedios, Patrona de Ubrique, Hermanos de la Agrupación Parroquial de Nuestro Padre Jesús Cautivo y Rescatado, miembros de la Agrupación Musical ubriqueña, querida familia, ubriqueños y amigos todos:
¿Por qué a mí? ¿Por qué a mí?
Cuando una oscura tarde de principios de enero, en la que el cielo en forma de lluvia parecía querer confundirse con la tierra, me propusieron ser el pregonero de la Semana Santa de Ubrique, lo primero que cruzó mi mente, como uno de los relámpagos que en aquel instante partían el negro cielo vespertino, fue esa pregunta.
¿Por qué a mí?
¿Porqué a mí? que nunca he participado activamente en la vida de las hermandades.
¿Porqué a mí? Que, desde luego, no soy ejemplo de buen cristiano, ¿a mí? que no me distingo por mi presencia en los actos y cultos religiosos.
¿Por qué a mí?
Que en los últimos años me he dedicado a ver las imágenes que todas las primaveras cruzan nuestras calles cómodamente situado en un balcón.
¿Por qué a mí?
Cuando no tengo nada que enseñaros ni explicaros a vosotros sobre la Semana Santa. Al contrario, soy yo el que debiera estar sentado en esos bancos que hoy ocupáis y oíros hablar a vosotros sobre aquello que yo desconozco.
¿Por qué a mí?
Que cuando el destino te arranca, cruel, impasible, un trozo de corazón en forma de muerte injusta de una vida que apenas comenzó, no sabe responder sino con la duda y la desesperanza.
¿Por qué a mí?
Que cuando veo lo absurdo e injusto que se nos presenta nuestro mundo, las calamidades, violencias, las opresiones que sufren nuestros semejantes…. a veces también me es más fácil pensar en un mundo sin creador que en un creador cargado con todas esas contradicciones.
¿Por qué a mí?…..
Sin embargo y con la misma rapidez que esas preguntas corrían por mi mente surgió otra, luminosa, ilusionante…
Y ¿Por qué no a mí?
¿Por qué no a mí? Que fui bautizado en Cristo y a quien mis padres me han educado, y lo siguen haciendo con su ejemplo, en la fe católica.
¿Por qué no a mí? A quien nada de Ubrique me es ajeno y a nadie de mi pueblo tengo por extraño. Porque no a quien desciende de ubriqueños por los cuatro costados, ha echado raíces firmes y sólidas en la tierra que le vio nacer y es feliz ahora con los tres frutos ubriqueños que le dio otra ubriqueña.
¿Por qué no a mí? Que ilusionado animo y contemplo a mi hija participando en la procesión de la noche santa ubriqueña.
¿Por qué no a mí? Que amo la vida con todo lo que lleva dentro de absurdo y doloroso.
¿Por qué no a mí?
Que afirmo también que cada criatura al nacer nos trae el mensaje de que Dios aún no ha perdido la esperanza en los hombres.
¿Por que no a mi?……………
Todo hombre es naturalmente crédulo e incrédulo, tímido y temerario, luz y sombra, como una luna brillante pero también con su cara oscura que a nadie queremos enseñar…. Todos cargamos con nuestro peso de contradicciones y dudas pero también con la ilusión y la esperanza, con la idea firme de que al final habrán de ser premiados los limpios de corazón.
En esas dudas me encontraba cuando vino a sucederme algo que me hizo ver todo claro. Tenía que aceptar la invitación. Me andaban buscando. Pero permitidme que deje para el final esa pequeña historia personal.
Dice un viejo proverbio que hay tres cosas que nunca vuelven atrás: la palabra pronunciada, la flecha lanzada y la oportunidad perdida. Yo no quería perder mi oportunidad.
Así que aquí me encuentro, frente a vosotros, con poco que enseñar y mucho que aprender.
Nada puedo hacer sino hablaros de vivencias, de emociones, de recuerdos del ayer e ilusiones del mañana. De dolor y angustia, de vida y esperanza. De sonidos solemnes, de silencios, de sabores antiguos y aromas de primavera. Nada más os ofrezco.
Y que sea lo que Dios quiera que sea.
Aquella infancia que fue
¿Cómo la Madre de Dios no evitaba todo aquello?
¿Cómo no utilizaba el poder divino que yo sabía que tenía para abrirse paso entre el bullicio y sacar a su Hijo de aquella nube de gente que le iba a crucificar? Y ¿Cómo El, todopoderoso, no podía hacer cambiar el curso de la historia?
En aquellos mis primeros años, años llenos de aroma de vida recién estrenada, de inocencia a flor de piel, no acertaba a comprender por qué no se libraba de sus ataduras y de su corona de espinas, por qué no dejaba caer aquella pesada cruz y corría a consolar a su madre y a decirle que este año no lo iba a permitir. Que aquellos que días antes le habían aclamado, entre cantos, con ramos de olivos y palmeras, esta vez no lo iban a clavar en una cruz hasta morir.
Y su Madre, sí su Madre, aquella a la que me enseñaban a rezar, Bendita tú eres entre todas las mujeres…..; aquella que todo lo podía ¿Por qué no se enjugaba su pena y su dolor e invocando a su Dios detenía tanto sufrimiento, tanta sangre derramándose por el cuerpo frágil de su hijo?…
Y en aquellos años en los que éramos los únicos dueños de la calle, ansioso corría yo por las cuestas empedradas de Ubrique, para volver a comprobar, año tras año, desilusionado, que el Nazareno, con su tez morena y su mirada baja, perdida, caminaba en hombros de sus hijos otra vez hacia una muerte dolorosa y segura. Y corría para contemplar, primavera tras primavera, que por el rostro de la Estrella de nuevo volvían a caer aquellas cuatro lágrimas eternas.
Algunas semanas antes, cuando las mañanas comenzaban a ser mas tibias y las tardes más largas, cuando el blanco de la cal empezaba a molestar la vista, cuando ya se adivinaba la primavera, un viernes mi madre lo anunciaba: hoy es vigilia.
Ya estaban aquí de nuevo, ya volvían los olores y los sabores anunciados.
Como dijo el poeta: “¡Años de niñez en los que el tiempo no existe! Un día, unas horas son entonces cifra de la eternidad.”
El pueblo era nuestro. Todo lo que se nos presentaba a la vista, nos pertenecía. Llegaba el tiempo de buscar leña para las candelas que se avecinaban, llegaba el momento de construir pequeños pasos con los que imitar a los mayores. Las tardes, tardes de pan con chocolate y rabos de lagartijas, no terminaban nunca. El tiempo no existía y cuando al caer la noche volvíamos a casa, jadeantes, orgullosos, sudorosos, nos recibía el aroma dulzón de las madalenas y los pestiños.
Aparecían los sabores distintos, nuestro gusto se ajustaba al gusto de los mayores. Surgían las tortillas de bacalao y mientras tus ojos se asombraban ante la habilidad de las manos de la madre al hacerlas, ella te contaba que antes se guardaban en tinajas para que se conservaran durante largo tiempo y que el Viernes Santo no se podía majar para que ni siquiera el ruido de un almirez molestase a Nuestro Señor en su Pasión y muerte.
Y sorprendidos, recibíamos a aquellos canastos que horas antes emprendieron su viaje hacia el molino y que ahora retornaban rebosantes de madalenas y de tortas de chicharrones. Y su olor lentamente se alojaba en todos los rincones de la casa para decirnos que estábamos en otra época. Que era el momento de los pestiños y los gañotes…….
Que se aproximaba y pronto veríamos la muerte y resurrección de Nuestro Señor por las calles de Ubrique.
Era tiempo de jugar a ser mayores, de pelearnos por llevar aquellos pasos de juguete.
Ya llegaba el momento de ir a ver a los “hermanos moraos”, de sobrecogernos con aquella música solemne, seria, con aquellos tambores atronadores que rasgaban el silencio de la noche ubriqueña y que con el eco de la sierra multiplicaban su estruendo.
Y soñábamos. Soñábamos. Cuando seamos mayores nos pondremos esos uniformes vistosos, marcharemos tras el paso con ese rítmico caminar y nuestro tambor será el más oído y admirado.
En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
– Vamos a ver ¿Quién es el más grande en el reino de los cielos?
El llamó a un niño, lo puso en medio y dijo:
– Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como estos chiquillos no entraréis en el reino de Dios; y el que acoge a un chiquillo como éste por causa mía, me acoge a mí.
Y aquella iglesia que durante el invierno, a aquel monaguillo que ayudaba a D. Gabriel, le olía a frío, a un frio que penetraba en lo más hondo de nuestros huesos, se tornaba ahora en una iglesia suavemente perfumada, con olores tenues, suaves, cálidos, de flores recién cortadas.
Pero al instante aquel olor a claveles, a rosas, a gladiolos,…. desaparecía envuelto ahora en el aroma penetrante, embriagador, inconfundible del incienso.
Y al olor de aquel incienso vuelven los recuerdos de las noches más solemnes del año.
Y al olor de aquel incienso vuelve el recuerdo de un niño asustado con la muerte, con la visión atroz, desgarradora del Santo Entierro.
Y aquel niño a quien la muerte hasta entonces le pareció un juego, de repente se enfrenta cara a cara con ella, tras aquel cristal que esconde un rostro golpeado y traspasado por el dolor y la angustia y ahora, por fin, sosegado y sereno.
Y sin poder olvidar aún aquel rostro impactante, tu madre te levanta a la mañana temprano para decirte que ya no hay mas muerte, sino resurrección y vida; y te pone tu mejor camisa, recién estrenada, y tras la misa corres por una plaza, que a la sombra de la sierra, aparece invadida por una luz nueva, blanca y azul.
Y ya terminó el color negro y el luto. Y ya todo es alegría y vida recién comenzada.
Le acercaron entonces unos niños para que les impusiera las manos y rezara por ellos; los discípulos les regañaban pero Jesús dijo:
– Dejad a los niños, no les impidáis que se acerquen a mí, porque los que son como ellos tienen a Dios por Rey.
Les impuso las manos y siguió su camino.
Dicen, y es verdad, que nuestro corazón tiene la edad de aquello que ama.
Volvamos a ser niños en primavera. Amemos otra vez aquellos aromas, aquellos sabores. Volvamos a impresionarnos como antaño con aquella música, con aquel ambiente cálido y suave por las estrechas y recortadas calles de Ubrique. Volvamos nuestros corazones, corazones de niño. Tengamos a Dios por Rey.
Y volvamos a ser niños asombrados y a correr de nuevo por estas callejuelas de nuestro Ubrique para comprobar que otra primavera más vuelven a caer aquellas lágrimas cristalinas y perennes por el rostro apenado de la Virgen de la Estrella.
Ha de ser la esperanza
¿Qué movió el alma de aquellos ubriqueños hace más de cuatrocientos años? ¿Qué les movió para volver su mirada a Dios, rogando clemencia y misericordia?
Ha de ser la esperanza.
La esperanza de que al final del camino habrá otro camino mejor.
¿Qué les movió para, agradecidos, edificar estas paredes que nos cobijan? ¿Qué les movió para fundar la que hoy es Hermandad del Nazareno?
“Y vino, y habitó en la ciudad que se llama Nazaret: para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, que había de ser llamado nazareno”
¿Qué misterio explica que un hombre vea en un tronco de cedro el rostro de aquel que fue Cautivo por nosotros?
“El traidor les había dado esta señal: “Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo”.
Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole: “Salud, Maestro”, y lo besó.”
¿Qué misterio explica que cuatrocientos años después otros ubriqueños volvieran de nuevo su mirada a un Cristo Cautivo y Rescatado?….
Jesús le dijo: “Amigo, ¡cumple tu cometido!”. Entonces se abalanzaron sobre él y lo detuvieron.”
¿Qué movió a todos ellos? Ha de ser, sin duda, la esperanza.
La esperanza de que al final del camino habrá otro camino mejor.
La esperanza de que en el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante y que detrás de cada noche, viene siempre una aurora sonriente.
“Y limpiara Dios toda lágrima de los ojos de ellos y la muerte no será más y no habrá más llanto, ni clamor ni dolor….”
Se ha escrito que hay algo que da sentido y esplendor a todo lo que existe y es la ilusión de encontrar algo a la vuelta de la esquina.
Y dicen que nada se da tanto como cuando se dan esperanzas.
Y hace mas dos mil años nos dieron un mensaje lleno de esperanza, un mensaje sencillo que trasformó el mundo para siempre: “No está aquí, pues ha resucitado”.
“Aconteció que se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”
Es necesario esperar. Esperar aunque la esperanza haya de verse siempre frustrada, pues la esperanza misma constituye una dicha, una felicidad y sus fracasos, las dudas, las desilusiones, por frecuentes que sean, son menos horribles que su extinción.
Pero ¿qué será de nosotros si no transformamos esa esperanza en obras?;
¿Qué será de nosotros si solo miramos a las estrellas y se nos olvida encender la lumbre del hogar?
“Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer? ¿ó con sed, y te dimos de beber? ……. ¿ó desnudo, y te vestimos?…………
Y respondiendo el Rey, les dirá: Os lo aseguro. Cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes conmigo lo hicisteis”.
Porque de nada nos han de servir ni la fe ni la esperanza si no la ponemos al servicio del que hoy se sienta a nuestro lado en estos bancos; del que mañana se cruzará en nuestro camino, porque ningún viento puede ayudar al barco que no va a puerto alguno.
Nunca será tarde para buscar un mundo mejor y más nuevo, si en el empeño ponemos coraje y esperanza.
Vivamos así y obremos en la esperanza y en la convicción firme de que Dios finalmente mirará las manos limpias y no las llenas.
Y ya termino
Es de rigor y en este caso además de justicia agradecer al anfitrión la invitación cursada. Así lo hago aquí, públicamente, a la Hermandad del Nazareno. Pero también os confieso que desde un principio pensé en hacerlo con algo más que palabras, con un pequeño gesto, con un detalle que aunque desprovisto de relevante valor económico sí lo tuviera allí donde residen y duermen nuestras emociones y recuerdos. Lo hago así con esta fotografía que me ha acompañado desde el principio y cuya breve, pero para mí sorprendente historia, me permitiréis que os cuente. Aquella historia que os anuncié al principio.
Siempre me ha interesado la historia de nuestro pueblo y ávido leo cualquier escrito que nos hable de ella, busco cualquier foto que el tiempo volvió amarillenta, oigo las historias de nuestros mayores.
Hace algún tiempo, muchos meses antes de que la Hermandad se pusiera en contacto conmigo, un amigo al que me une nuestro común interés y curiosidad por esos temas, me advirtió de la existencia de una misteriosa fotografía del Nazareno de Ubrique, puesta a la venta en ese mundo intangible pero tan real al que llaman Internet. Era una foto, me dijo, de la imagen que fue destruida en 1936. Mi amigo estaba pensando adquirirla.
Rápidamente fui al ordenador, buceé por la página que me había dicho y sí, apareció.
Allí estaba esta fotografía bajo la leyenda de “curiosa foto del Nazareno de Ubrique”. Ante mí, en la fría pantalla se me mostraba una imagen algo lejana, que no permitía leer claramente las inscripciones que le acompañaban, como ahora a vosotros os cuesta leerlas, pero en la que sí se veía, como se ve, nítida, la figura de Nuestro Padre Jesús Nazareno acompañado por el cirineo. Detrás las columnas de ésta, su Iglesia del Jesús. No cabía duda. Era El.
Y allí estuvo mucho tiempo más.
Periódicamente volvía a buscarla por las páginas de Internet y siempre aparecía, fiel a nuestra cita, una y otra vez, con su halo de misterio, con la intriga y el silencio de lo que ya desapareció. Nadie la compraba. Parecería que me estaba esperando.
Y así era.
Cuando me ofrecisteis ser pregonero, mi mente me llevó rápidamente y sin vosotros saberlo, de nuevo, a la misteriosa foto. Otra vez el Nazareno aparecía en mi vida, cuando menos lo esperaba. Y no lo pensé. Esta imagen debía volver a su casa.
¿Por qué me había elegido a mí la Hermandad?……. ¿Pero porque no a mí?……. Esa batalla, sin claro vencedor, continuaba en mi interior cuando definitivamente contacté por teléfono con quien en un par de días me prometía poner en mis manos la foto del Nazareno. Justo un día antes de aquel en que me comprometí a daros mi respuesta definitiva.
Sólo con tocar ligeramente el paquete en el que venía aquella foto, con la que por fin me iba a ver frente a frente, noté que algo no marchaba bien. El sonido inconfundible de los cristales rotos me hizo temer lo peor.
No podía ser cierto que después de tanto citarnos, no pudiera contemplar de cerca el rostro de vuestro Nazareno. Temiendo que los cristales le hubieran dañado, abrí con tanto cuidado como nerviosismo el paquete. Y ante mí apareció un cristal, efectivamente, hecho añicos. Tan resquebrajado que apenas podía imaginarse la foto que tras él se escondía.
Comencé con cautela a retirar cada uno de los trozos puntiagudos y afilados como navajas en los que se había convertido su protección. No quería que dañaran la foto. Y poco a poco, como no queriendo desvelarse súbitamente, fue apareciendo ante mí aquella imagen que antes se revelaba fría en el ordenador.
El semblante majestuoso del nazareno, las mismas potencias, túnica, corona y el mismo cordón que aún hoy podemos ver, las columnas de la ermita del Jesús, el cirineo en su ayuda.…
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.
Jesús había dicho a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga»
Alrededor de la foto, adornándola, una orla con bellos grabados en pan de oro, ángeles, cálices, la mitra papal, el báculo….. y por fin al pie de la misma una inscripción en esmerada caligrafía
“Nuestro Padre Jesús Nazareno. Ermita de San Sebastián en Ubrique”.
Allí estaba; todo perfecto ante mis ojos; sólo quedaba por revelarse el nombre de quien hace más de ciento treinta años, en 1879, estuvo aquí, entre estas paredes, como hoy lo estamos nosotros, ante el rostro del Nazareno para fotografiarlo.
Y ante mis asombrados ojos, acelerando por momentos mi pulso, como un hilo misterioso que une lo que ya fue con nuestro presente y que habrá de unirlo con quienes vengan tras nosotros apareció el nombre de su autor.
“J. Coveñas”