«La muerte del secretario»

PUBLICADO EN:     «Bayren : semanario gandiense: Año II Número 59 – 1928 agosto 16 «

Cuentos y narraciones modernas

«LA MUERTE DEL SECRETARIO»

Autor M. Martinez Ribes

El Hombre de conciencia tranquila, desearía que todos los hombres llevasen el corazón en la mano y el alma en los ojos.

I

Don Girabondo era secretario del ayuntamiento de un pueblo «de cuyo nombre no quiero acordarme»

Todos le conocían. Y cuando hablaban de él solían exclamar guiñando maliciosamente un ojo: «¡es un pájaro¡

Un pájaro soltero y holgazán que se levantaba todos los días a las once de la mañana, y que tuvo la habilidad de hacerse rico en la secretaria de aquel pueblo. Muchos habían visto como compraba primero una finca, edificaba luego un almacén y por fin se adueñaba de una casita perteneciente a unos pobres deudores suyos.

Después de levantarse encaminábase al casino a charlar con los amigachos. Por la calle paseaba lentamente su voluminosa barriga repleta de suculentos manjares y distribuía miradas despectivas a los labradores, como diciendo «Pobrecillos, pobrecillos».

Para algunos ignorantes, el secretario era el mejor abogado del mundo. Caían en la trampa de sus prometedoras palabras, dejando en sus manos el dinero con una candidez de niños.

En el Ayuntamiento manejaba los impuestos a su antojo, aumentándolos en individuos de política contraria. Se hacia temible tanto por sus estafas como por sus hipócritas maquinaciones, producto de una cabeza que sus victimas decían «era nacida para el mal». Cuando podía practicaba la usura.

Al pasar por la plaza pública en dirección al casino había mirado alguna vez de reojo -su mirada era siempre aviesa- al Tío Toni. Era éste un hombre de recia complexión ya envejecido por los años. Dirigía su palabra nerviosa a otros labradores que con él tomaban el sol.

El Tío Toni era el único que no humillaba sus ojos ante la mirada insolente del secretario.

II

Don Girabondo le temía como si fuese la voz de su malvada conciencia.

El tío Toni era uno de esos caracteres fuertes y duros que no se acobardan ante ninguna cosa cuando tienen la razón a su favor. Valenciano de pura cepa, por sus venas corría sangre agarena. Pasó su vida ganándose el pan mediante el cultivo de unos pedazos de tierra regados con el sudor de su frente.

Y cuando en unión de su esposa iba a disfrutar una vejez plácida, premio de su trabajo, el secretario combina una trampa, maneja unos testamentos de parientes y se adueña de la mitad de los bienes del viejo. El tío Toni enfureciose pero no pudo obrar contra el secretario y tuvo que limitarse a ser su enemigo y a relatar sus fechorías. Inconscientemente se hizo apóstol de sus propias ideas.

– En mi tiempo ese canalla -solía exclamar alguna vez indignado- no abusaría como hoy abusa. En mi tiempo habían hombres muy hombres, machos de pies a cabeza capaces de defender, con un puñal la ley de Dios contra la ley de los hombres. Hoy los jóvenes no son más que mujerzuelas charlatanas. ¿Ah si yo tuviera veintitrés años!

Al tío Toni le brillaban, diciendo esto, las pupilas inquietas bajo los párpados apergaminados y su brazo temblaba apoyado en el rústico bastón.

– No deben consentirse injusticias. No debe permitirse que un holgazán robe a los hombres de dignidad… ¡Que lastima de bala perdida!

El viejo cerraba los puños y su sangre gastada tenia aun bastante fuerza para enrojecer de cólera el rostro.

– Ese hombre no deber morir en un lecho como los buenos. Sus crímenes claman venganza. Dios es justo y no permitirá que continúe sus fechorías y sus robos. ¿Habrá alguien que ejecute la justicia de Dios?

Todos callaban a su alrededor y si alguien hablaba era para calificarle de exaltado. El tío Toni entonces mordíase los labios y acababa por sonreir enigmáticamente. ¡Que poco sabían sus amigos!

III

Una mañana, al borde de un camino, los vecinos de aquel pueblo encontraron el cadáver del secretario con la cabeza rota y machacada. Por la grieta que formaban los huesos del cráneo se veía el azulado cerebro. La sangre helada, seca, enrojecía el cabello y parte de la cara, aquella cara que ofrecía horroroso gesto. La tierra bajo su cabeza tenia un rojo negrusco.

Nadie supo quien fue el asesino. De boca en boca se murmuraba la historia de una muerte original para aplacar la curiosidad del Juez. Decíase que don Girabondo andando por el sendero había resbalado viniendo a chocar con el cráneo contra una piedra y partiéndoselo a consecuencia del rudo golpe.

El tío Toni, tenia una risita cruel y burlona ante todas estas suposiciones.

– Nada, nada -decía- Dios le ha matado. ¿Que había en este mundo criminal que mereciese con más justicia la muerte?

El día del entierro las campanas no parecían sonar con lúgubres notas funerarias. Muchas personas oprimidas por el secretario respiraban con libertad al paso del cadáver, alegrándose al oír el toque plañidero de las campanas.

El cadáver fue llevado al cementerio por cuatro labradores pagados por el cura.

Acompañando al ataúd negro solo iban el cura, el sacristán y tres o cuatro labradores amigos de hacer «obras de misericordia». Los responsos y cantos fúnebres se desparramaban vacíos en el aire y volaban, volaban sin que una lagrima hiciesen derramar ni un corazón latir compasivamente.

Ninguno de los que en vida parecían amigos suyos asistió al entierro. El muerto no tuvo amigos.

Y el tío Toni sonreía maliciosamente. El, con su brazo temblorosa ha hecho justicia.